domingo, 19 de diciembre de 2010

NAVIDAD SIN PAPELES

Con un cigarrillo entre los dedos y la mirada perdida entre los pliegues de unas cortinas crema que ocultan el atardecer, un padre espera a que su hija acabe de narrarle el mismo cuento de navidad todos los años. Cuando cree escuchar la parte en la que un ángel da la Buena Nueva a unos pastores recién llegados, suena un móvil:

-¿Es el abogado de oficio?
-  Sí. Soy yo. Dígame.
-Llamo de la Comisaría de Policía. Dos detenidos. Extranjeros, sin papeles. Ya sabe, poca cosa. Si se viene ahora nos los quitamos de encima antes de la cena.
- Que hoy es Nochebuena, protesta el de oficio.
-Y mañana Navidad. ¿Qué quiere que haga? ¿Va a venir o qué?
- Hombre, no se ponga así, que voy enseguida.    
-Para ir adelantando, ¿me facilita su nombre y número de colegiado?

El abogado da sus datos, apaga el móvil y el cigarrillo, que casi estaba quemándole los dedos, coge un portafolio y, antes de salir de casa mira a su hija con cara de aparentar una pena que no siente:

-Alba, cariño, que tengo que salir. Cuando vuelva, seguimos con lo del ángel y los pastores. ¿Vale?

Como sabe que eso no ocurrirá, la niña hace tiempo que cumplió los once años, deja de mirar el belén de escayola y se va para el cuarto del ordenador. A jugar con los “Sims” que también tienen padres y hasta árboles de navidad totalmente virtuales.  

Antes de salir de casa entra en la cocina:

-Carmen que me han llamado de la Comisaría. Poca cosa. Dos sin papeles. Ya sabes. Vete calentando la sopa de marisco, que enseguida estoy de vuelta.

Instantes después el abogado franquea una garita acristalada y hace sonar el interfono:

-¿Quién va? 
-Soy el letrado de oficio. Y aclara:
-Que me han llamado de extranjería.

La puerta metálica se abre con un chasquido y un guardia se asoma por la parte de arriba del hueco de las escaleras:

-Haga el favor de subir, que están esperándole.

Comienza la ascensión por las escaleras y, al llegar al tercer rellano se detiene.  Coge aliento y maldice su suerte.

-¿A quién se le ocurriría poner extranjería en el último piso?

Justo enfrente de donde él se encuentra, el trazo de una cara sonriente, que sostiene en la boca una margarita multicolor, le recuerda qué saludable es la vida sin tabaco:

-Lo juro, mañana dejo de fumar.

Detrás de una mesa metálica, el comisario estrecha la mano al recién llegado. Luego descuelga el telefonillo:

-Ya pueden subir al detenido.
- Que no, que a la mujer no. Que subáis primero al hombre ¡Coño!

El que aparece esposado es un hombre alto, por lo menos más que el que acaba de llegar, de tez morena y con un pelo rizado que casi se le descuelga por los hombros. Junto con la barba rala, luce una cara de no comprender nada. Está sucio. La verdad es que huele mal. El abogado, por si las moscas, que nunca se sabe, aparta su silla del hombre que tiene a su  lado.

- A éste y a la mujer embarazada que está abajo, los detuvimos ayer. Una patrulla los localizó dentro de una  chabola de las afueras. Una de esas que tenemos órdenes de  derruir.  Iban indocumentados.
-¿Ya los han identificado?
- Éste es Yusuf no sé cuántos. Aquí en los papeles está todo. Y ella, la embarazada, responde al nombre de Mariam no sé qué.
- ¿Hablan español? El defensor quiere irse cuanto antes a casa. Esperar a que llegara el intérprete sería un engorro a estas horas de la tarde. Porque la sopa de marisco hay que tomarla caliente, el letrado se lanza a preguntar primero:
- A ver ¿Cómo se llama?
- Yusuf, contesta el detenido.

El inspector acerca al detenido un bolígrafo y un trozo papel:

-Escriba aquí su nombre

El extranjero coge el bolígrafo y escribe su nombre en árabe.

-Joder, en musulmán no, en cristiano ¿Es que no sabes escribir en cristiano?

Sobre el trozo de papel escribe con letras desiguales:

-YuSuF
-Bien. Prosigamos. Ahora dígame dónde ha nacido. Mejor no, escríbalo.
- ¿ NaZaREth ?
- Y su padre ¿Cómo se llama su padre? El inspector le pasa de nuevo el trozo de papel.

Y todavía no ha comenzado la lectura de los derechos. El abogado se desespera. La sopa de marisco ya debe estar enfriándose. En ese momento un agente, en mangas de camisa, sube gritando por las escaleras:

- Inspector que la detenida ha roto aguas ¡Que va a parir¡

Por el hueco de la escalera se cuelan lo que parece son los gemidos de una mujer sin papeles. Yusuf, inquieto, se levanta de la silla. Bracea e implora algo que, desde luego, nadie entiende.

-¡Siéntese¡ Ordena el inspector al detenido. Luego se dirige al agente:
-Corre, llama al ciento doce, que vengan cagando leches. ¡Qué vaya nochecita me estáis dando todos!

Cuando llegan al calabozo una mujer joven está tendida en un camastro. Resopla con fuerza. Su cara, bañada en sudor, y un líquido viscoso que ha mojado las mantas y el camastro, recuerdan a todos, incluido al abogado de oficio, qué duro es nacer. Eso explica quizás que primero se ponga blanco, después un poco gris y luego a punto esté de desmayarse.
 

Yusuf es el único que se acerca a la cabecera del camastro y, con infinita ternura, besa la frente de Mariam. Luego le susurra algo, que nadie entiende, y coge su mano. Pero el parto avanza, con él los dolores, los gritos y los jadeos de una madre antes de dar a luz.
 

Otros también gritan, pero al móvil requiriendo una ambulancia por las buenas y por las malas. Al final  la ambulancia llega, pero tarde porque el agente arremangado ya ha cortado el cordón umbilical del recién nacido. El jurista hace rato que llora y, quizás por eso, nadie por ahora, puede certificar si  el recién nacido es un varón o una hembra.

-¡Qué más da! Contesta el comisario.
 -Mejor que esto no lo cuente en casa, dice el abogado. No se lo van a creer.
- Pues todavía no sabes lo mejor.  Es la primera vez que el comisario sonríe en toda la noche.
-¿Qué debería saber?  
-Que la patrulla que los detuvo encontró también a un burro y un buey. Estaban en un descampado aledaño a la chabola. Aparentemente  sin dueño. Eso todavía lo estamos investigando. Los del taller mecánico dijeron que no eran suyos. Viene todo en el atestado.

Cuando el abogado sale a la calle, una luna lejana parece que se ha instalado justo encima del tejado de la comisaría. Nada que ver con una estrella de Oriente.  Que se sepa, tampoco hace frío. Cosas del cambio climático o del Nacimiento, vete tú a saber.

De vuelta a casa, el padre encuentra  a su hija dormida en el sofá, la sopa de marisco fría y a un José de escayola rodeado de espumillón verde. A su lado, María cuida de un Niño que, seguramente, no tendrá papeles. No hay pastores ni ángeles a la vista.

Juanjo Huerta
2.12.2010.



3 comentarios:

  1. Juanjo, me ha encantado tu cuento.
    ¿lo has presentado algún concurso?
    Se merece un gran premio, almenos el del reconocimiento de tus amigos. Bss Cari

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  2. Muy bien chaval. Un abrazo Nieves

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  3. Me ha gustado mucho. Da que pensar...

    Un abrazo,

    Elisabet

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